Carta a Maite, hija de Mineo e hija de Caín
Las pasadas fiestas recibimos vuestra visita. Una vez más. Como el Guadiana que desaparece y aparece, en los días señalados de descanso nos visitáis lectores de otros pueblos y ciudades. Clientes que como el agua del rio, quizás sin saberlo, nos dais vida.
Entonces no sabíamos quiénes erais Maite y Juanjo. Os
conocíamos, sí, de vista como se dice, todavía sin nombre. Ahora el de Maite
Cabrerizo se ha instalado en nuestro corazón.
Discretos, como siempre, hicisteis vuestra compra y al
finalizarla nos ofrecisteis un regalo: un libro, el libro de Maite, Un buey enorme pisa mi lengua.
Fue un momento raro, de los especiales que hemos vivido en
la librería. Apenas duró unos minutos; al fin y al cabo, todos los presentes
éramos gente tímida. Batiburrillo de emociones: sorpresa, alegría,
agradecimiento profundo porque rompisteis ese “cristal invisible” de manera
gratuita, generosa y valiente; y lo hicisteis para dar.
¿Y por qué cuento todo esto? ¿Por qué no mantener la
experiencia en la intimidad? Porque tu libro es excepcional, importante y
necesario.
Confieso, Maite, que el escepticismo también estuvo
presente. Hoy se escribe mucho, demasiado y mal. “-Otro libro”, pensamos. Y
además feo. Pero al mismo tiempo había expectativas: “-Son buenos lectores.
Vamos a ver”, pensamos (o a leer en este caso).
Y… ¡Sorpresa! Desde la primera página quedamos atrapadas. De
un tirón lo leímos. Seguidito. Dos veces. Como tú, sentíamos lo que escribes:
“Yo tampoco me quise dedicar a la orgía de pusilánimes. Que no son nada. No lo
dirán, pero lo saben ellos y lo saben sus palmeros que tocan las palmas. Que siga el espectáculo”
Y como tú, quisiéramos
ser Alcitoe, hija de Mineo e hija de Caín. Así es la fuerza de tu libro.
Un libro verdadero, escrito con valentía y miedo.
Inseparables, así debe ser. De otro modo es pose y fingimiento. Tu relato
supura sufrimiento, soledad, fortaleza, un “basta ya!”, un que ya no trago, que
no aguanto ya que un buey enorme pise mi lengua. Sin afectación, veraz. Con
riesgo.
Letanía poética acerca del paro, el desempleo en la “Edad de
la Ponzoña” que tan acertadamente describes en un encadenamiento de epigramas o
aforismos que tejen un texto que bebe de lo griego y lo contemporáneo, capaz de
relacionar a Ovidio con Barón Rojo, capaz de establecer un diálogo en el
desierto de Dino Buzzati.
Pedro Olalla escribe en Grecia en el aire que, la igualdad en el uso de la palabra, “la isegoria, aunque crucial, era sólo un
derecho, y para sustentar la democracia en la palabra no bastaba con un derecho, era
necesaria también una virtud: la virtud de atreverse a usarla para
decir la verdad. Esa virtud se llamó parrhesia.
Un buey pisa mi lengua es un magnífico ejemplo de esta virtud. Nos indica que es tiempo de decirle al emperador que va desnudo, aunque a veces entrañe el paro, la nada, el destierro.
Gracias por
tu valentía y por tu miedo. Gracias por tu “no”.
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