¿Por qué "El despiste de Dios?
Os invitamos a la presentación del libro:
“EL DESPISTE DE DIOS"
jueves, 16 de junio, a las 19:30h
Además, charlaremos con el autor y Oscar Sipan, editor de Tropo editores
Cuadernos de viaje de un hombre que nació mujer.
Ésta
es la historia de Diego Neria Lejárraga, un hombre que, en tiempos de
mayor crueldad social y férreas tradiciones, se negó a ser rechazado por
ser diferente, a renegar de su fe, a resignarse a su destino. Hoy puede
decirse de él que ha sido el primer transexual de la historia en ser recibido por un papa. Con su testimonio,
sus anécdotas y las vivencias de su increíble entorno familiar, Diego
tiende una mano a todos aquellos que, como él, desean tener el valor de
ser quienes realmente son.
--Diego Neria en los medios
- Entrevista en "Mas de Uno", Onda Cero: escuchar audio
- La última pregunta a Diego Neria: ¿Qué ha sido lo más duro de la transexualidad? (ONDA CERO)
- Presentación de "El Despiste" en "Los Palomos": vídeo
- La Vanguardia "No busquéis morbo en mi libro": artículo
- Reportaje a Diego Neria (Interviú): Aparecido el 6 de junio. Descargar
--Primeras líneas del libro
AL
SUBIR AL AVIÓN, hago inventario de mi vida. Me llamo Diego Neria
Lejárraga y dicen que nací mujer, que luché durante años por conseguir
el respeto de los demás y que un buen día decidí enviar una carta al
Papa Francisco y éste me invitó a conocerlo: sin lunáticos la luna sólo
sería un satélite más.
Miro
por la ventanilla del vuelo 6745 que me llevará de Sevilla a Roma.
Estoy nervioso. Por mucho que les atormente, tenemos derecho a ser otro.
Y me refiero a todos y todas los que me apuñalaron con frases como
«mataste a tu madre a disgustos», «te morirás siendo una tía», «ese DNI
lo has falsificado, a mí no me engañas» o «tú eres la hija del diablo».
La mano de Macarena es mi amuleto, su presencia hace crecer mi nivel de
felicidad en sangre. Ella siempre está allí cuando me falta el aire y
los recuerdos se amotinan. Dicen que no hay miel sin hiel, y por eso
intentan manchar nuestro amor desde su mundo limitado y triste. Sólo son
carne bautizada, no hay nada más sórdido que tu felicidad en boca de
los demás.
Mi
cruz es la memoria. Ahora, desde la perspectiva de los años, sé que he
vivido en una jaula de oro, como esos albaneses que tienen que pagar una
deuda de sangre con el encierro en vida, en su propia casa, sin poder
abandonarla nunca, o serán ajusticiados. Y me acuerdo de mamá, elegante,
preciosa, con sus brazos en jarra, unas veces poniéndome en mi sitio,
otras intentando protegerme del mundo. Mamá: nunca tuviste dos hijas.
Ese bebé de cuatro kilos y cuarto y cincuenta y tres centímetros que se
parecía tanto a papá nació en un contenedor equivocado. Pensabas en rosa
pálido y yo sólo quería trepar a los árboles y jugar con mis geyperman y
mis madelman. Encontré la amistad en el ronroneo de los gatos, en la
respiración de los caballos, en los lametones de los perros. El mundo
animal no me juzgaba por lo que era, sino por lo que les hacía sentir.
Mamá: no eran rarezas, malas rachas, extravagancias que el tiempo
corregiría. Me sentía hombre y me gustaban las mujeres. Recuerdo con
desesperación la paleta de colores de esos años sombríos. Si me talarán
como a un árbol, encontrarían cuarenta anillos de sufrimiento, uno por
cada año que pospuse la operación, la reasignación, mi vida.
Mamá:
vestías y mimabas a otro que no era yo. Un extraño que sobrevivía en un
cuerpo ajeno, en una guerra no declarada. Un despiste de Dios.
Mientras
esperábamos para embarcar, he leído en un periódico atrasado que una de
cada tres personas cambiaría un año de su vida por un cuerpo ideal. Yo
le aseguré a María, mi primer endocrino, que por empezar la hormonación
perdería diez años. Que me cambiaría por un leproso, por un inválido,
por cualquiera. Pero la diabetes le daba más miedo que a mí y no se
atrevió, así que tuve que esperar un largo tiempo.
El
piloto nos saluda con la voz traqueal de un afilador de cuchillos y
anuncia la duración del vuelo. Una treintañera se retoca el maquillaje
en un espejo de mano. Al estirar la manga del traje negro deja entrever
una gran cicatriz en la muñeca izquierda. Yo no he conocido un espejo: o
los he descolgado o los he roto de rabia. El espejo me recuerda el
ceremonial diario de las diez vueltas de esparadrapo para ocultar los
pechos, el dolor, la llaga, la vergüenza. Vivir disimulando. Y eso que
yo, en mis momentos de lucidez, siempre supe que algún día abandonaría
este mundo siendo un hombre. Porque siempre he sido un hombre. Porque
sin respeto, y el respeto empieza en uno mismo, no eres nada. Pienso en
las cosas que le pasaron a esa chica y le hicieron hincar las rodillas y
desear que todo acabase: el mal amor, una situación delicada, el
vértigo de vivir. Instintivamente me palpo la cicatriz: los seiscientos
puntos de mi mastectomía viajan siempre conmigo. La chica me descubre
mirándola, así que le sonrío con timidez y regreso a la ventanilla.
¿Cuándo puse la primera piedra del edificio que soy ahora? En vano, en
mi más tierna niñez, esperé durante años a que los Reyes Magos me
trajeran una colita. Supongo que nunca les dejé suficiente comida y agua
a los camellos y por eso sufrí su indiferencia.
Al
despegar, un pasajero se despierta repentinamente, acosado por una
pesadilla. Quizá imaginó que el avión caía, las máscaras de oxígeno
bailando como peonzas, la sonrisa desencajada de las azafatas, la voz
del piloto pidiendo calma mientras se santigua. Mi pesadilla recurrente
es que vuelvo a tener pecho: me asomo a un espejo y allí está de nuevo.
Siempre supe que veía el mundo desde una atalaya equivocada, desde un
corazón y un cerebro que no pertenecían al cuerpo donde, por error, los
insertaron. Yo, que no he sido nunca el primero en nada, seré el primer
transexual de la Historia al que recibe un Papa. La noticia se ha
filtrado a los medios de comunicación y no han dejado de intentar
entrevistarme desde todo el planeta, saltándose mi derecho a
salvaguardar lo que soy y lo que he sido. He llegado hasta aquí abollado
y orgulloso, pero ahora tengo miedo; Macarena parece detectarlo y me
acaricia con dulzura, invitándome a saborear el momento. Le doy un beso
en los labios. Ojalá pudiera prolongar este viaje durante años. Quizá la
felicidad sea esto: un eterno vuelo a Roma con Macarena a mi lado.
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