miércoles, 15 de junio de 2016

Presentación del libro "El Despiste de Dios", de Diego Neria en Benicàssim

¿Por qué "El despiste de Dios?

¿Por qué
Os invitamos a la presentación del libro: 
“EL DESPISTE DE DIOS"
jueves, 16 de junio, a las 19:30h

Además, charlaremos con el autor y Oscar Sipan, editor de Tropo editores

Cuadernos de viaje de un hombre que nació mujer.

Ésta es la historia de Diego Neria Lejárraga, un hombre que, en tiempos de mayor crueldad social y férreas tradiciones, se negó a ser rechazado por ser diferente, a renegar de su fe, a resignarse a su destino. Hoy puede decirse de él que ha sido el primer transexual de la historia en ser recibido por un papa. Con su testimonio, sus anécdotas y las vivencias de su increíble entorno familiar, Diego tiende una mano a todos aquellos que, como él, desean tener el valor de ser quienes realmente son.

--Diego Neria en los medios

  •  Reportaje a Diego Neria (Interviú): Aparecido el 6 de junio.   Descargar

--Primeras líneas del libro


AL SUBIR AL AVIÓN, hago inventario de mi vida. Me llamo Diego Neria Lejárraga y dicen que nací mujer, que luché durante años por conseguir el respeto de los demás y que un buen día decidí enviar una carta al Papa Francisco y éste me invitó a conocerlo: sin lunáticos la luna sólo sería un satélite más.

Primeras líneas del libroMiro por la ventanilla del vuelo 6745 que me llevará de Sevilla a Roma. Estoy nervioso. Por mucho que les atormente, tenemos derecho a ser otro. Y me refiero a todos y todas los que me apuñalaron con frases como «mataste a tu madre a disgustos», «te morirás siendo una tía», «ese DNI lo has falsificado, a mí no me engañas» o «tú eres la hija del diablo». La mano de Macarena es mi amuleto, su presencia hace crecer mi nivel de felicidad en sangre. Ella siempre está allí cuando me falta el aire y los recuerdos se amotinan. Dicen que no hay miel sin hiel, y por eso intentan manchar nuestro amor desde su mundo limitado y triste. Sólo son carne bautizada, no hay nada más sórdido que tu felicidad en boca de los demás.

Mi cruz es la memoria. Ahora, desde la perspectiva de los años, sé que he vivido en una jaula de oro, como esos albaneses que tienen que pagar una deuda de sangre con el encierro en vida, en su propia casa, sin poder abandonarla nunca, o serán ajusticiados. Y me acuerdo de mamá, elegante, preciosa, con sus brazos en jarra, unas veces poniéndome en mi sitio, otras intentando protegerme del mundo. Mamá: nunca tuviste dos hijas. Ese bebé de cuatro kilos y cuarto y cincuenta y tres centímetros que se parecía tanto a papá nació en un contenedor equivocado. Pensabas en rosa pálido y yo sólo quería trepar a los árboles y jugar con mis geyperman y mis madelman. Encontré la amistad en el ronroneo de los gatos, en la respiración de los caballos, en los lametones de los perros. El mundo animal no me juzgaba por lo que era, sino por lo que les hacía sentir. Mamá: no eran rarezas, malas rachas, extravagancias que el tiempo corregiría. Me sentía hombre y me gustaban las mujeres. Recuerdo con desesperación la paleta de colores de esos años sombríos. Si me talarán como a un árbol, encontrarían cuarenta anillos de sufrimiento, uno por cada año que pospuse la operación, la reasignación, mi vida.

Mamá: vestías y mimabas a otro que no era yo. Un extraño que sobrevivía en un cuerpo ajeno, en una guerra no declarada. Un despiste de Dios.

Mientras esperábamos para embarcar, he leído en un periódico atrasado que una de cada tres personas cambiaría un año de su vida por un cuerpo ideal. Yo le aseguré a María, mi primer endocrino, que por empezar la hormonación perdería diez años. Que me cambiaría por un leproso, por un inválido, por cualquiera. Pero la diabetes le daba más miedo que a mí y no se atrevió, así que tuve que esperar un largo tiempo.

El piloto nos saluda con la voz traqueal de un afilador de cuchillos y anuncia la duración del vuelo. Una treintañera se retoca el maquillaje en un espejo de mano. Al estirar la manga del traje negro deja entrever una gran cicatriz en la muñeca izquierda. Yo no he conocido un espejo: o los he descolgado o los he roto de rabia. El espejo me recuerda el ceremonial diario de las diez vueltas de esparadrapo para ocultar los pechos, el dolor, la llaga, la vergüenza. Vivir disimulando. Y eso que yo, en mis momentos de lucidez, siempre supe que algún día abandonaría este mundo siendo un hombre. Porque siempre he sido un hombre. Porque sin respeto, y el respeto empieza en uno mismo, no eres nada. Pienso en las cosas que le pasaron a esa chica y le hicieron hincar las rodillas y desear que todo acabase: el mal amor, una situación delicada, el vértigo de vivir. Instintivamente me palpo la cicatriz: los seiscientos puntos de mi mastectomía viajan siempre conmigo. La chica me descubre mirándola, así que le sonrío con timidez y regreso a la ventanilla. ¿Cuándo puse la primera piedra del edificio que soy ahora? En vano, en mi más tierna niñez, esperé durante años a que los Reyes Magos me trajeran una colita. Supongo que nunca les dejé suficiente comida y agua a los camellos y por eso sufrí su indiferencia.

Al despegar, un pasajero se despierta repentinamente, acosado por una pesadilla. Quizá imaginó que el avión caía, las máscaras de oxígeno bailando como peonzas, la sonrisa desencajada de las azafatas, la voz del piloto pidiendo calma mientras se santigua. Mi pesadilla recurrente es que vuelvo a tener pecho: me asomo a un espejo y allí está de nuevo. Siempre supe que veía el mundo desde una atalaya equivocada, desde un corazón y un cerebro que no pertenecían al cuerpo donde, por error, los insertaron. Yo, que no he sido nunca el primero en nada, seré el primer transexual de la Historia al que recibe un Papa. La noticia se ha filtrado a los medios de comunicación y no han dejado de intentar entrevistarme desde todo el planeta, saltándose mi derecho a salvaguardar lo que soy y lo que he sido. He llegado hasta aquí abollado y orgulloso, pero ahora tengo miedo; Macarena parece detectarlo y me acaricia con dulzura, invitándome a saborear el momento. Le doy un beso en los labios. Ojalá pudiera prolongar este viaje durante años. Quizá la felicidad sea esto: un eterno vuelo a Roma con Macarena a mi lado.

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